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Sabado 13 de diciembre 2025

Fasulo, la simpleza de un laburante

Redacción 27/09/2009 - 03.18.hs
Es un hombre común que construyó su vida en la cultura del trabajo, vendiendo diarios por las calles de la ciudad que, de tan trajinadas, podría reconocer con los ojos vendados.
MARIO VEGA
Nos hemos preguntado por qué alguien se vuelve un personaje, y también si todos tal vez en distintos círculos -de alguna forma y cada cual a su manera- no lo somos un poco. Lo cierto es que algunos por su permanencia, porque la gente los ve con frecuencia andando las calles, por su oficio o profesión, pasan a ser más populares y casi se integran a la postal urbana de una ciudad que sigue su curso.

Cabalgando una bicicleta.
El hombre, el de la historia de hoy, mueve ahora fatigosamente sus piernas para poner en marcha una bicicleta grande, antigua, y con un canasto lleno de diarios y revistas, y transita la ciudad de punta a punta, a toda hora. Se lo puede ver en el centro, en los cafetines cerca del mediodía, por algún barrio llevando algún encargo fijo, o gambeteando las mesas de los restoranes por las noches ofreciendo su mercancía. "Si, trabajo todo el día y todos los días, aunque ahora un poco menos. Los pibes quieren que deje, ¿pero qué hago? No les doy bolilla", dice refiriéndose a sus hijos. "Si mi vida fue la calle", dice en el tono justo que sólo elevará para agitar las ventas: "La Nación, con el atentado...!", voceará, circunstancia que, obviamente, casi nunca es cierta.
"Fasulo era un personaje de la Revista Dislocada -un programa cómico de la antigua Radio Splendid, que los argentinos consumían en los mediodías de cada domingo-, pero no se por qué me pusieron así", dice este hombre que casi nadie sabe que se llama Carlos Alberto Rodríguez, porque el apodo pasó a identificarlo para todos. Será, por siempre, simplemente Fasulo.

 

Los hijos, médicos.
Nacido en Realicó hace 63 años, hijo de un inmigrante escapado de la guerra civil española, Belarmino se llamaba, y de una descendiente de tanos, Francisca Generosa Rossi, Fasulo está casado con María Luisa Rhul -hermana de la conocida familia de ciclistas que conformaban Marcelo, Oscar, Aurelio y Mingo, además de otras dos mujeres-, tiene dos hijos, Juan Carlos (35) y Roberto Darío (33), que ejercen la medicina y, obviamente, constituyen "el mayor orgullo" de este laburante, que pudo hacerlos estudiar en Córdoba andando las calles de la ciudad que conoce como pocos. El primero es cardiólogo en la Clínica Modelo y el menor generalista instalado en General Pico.
El padre pudo bancarles los estudios con su oficio de canillita, vendedor callejero de globos, artículos de cotillón, y baratijas varias. Caminante de todas las ferias, exposiciones y eventos que se realizaran en la zona, junto con Carlitos Segovia, y el "Panadero" De Ferrari, Fasulo se sienta ahora frente al periodista y le relata sus vivencias. Cabello ralo y canoso, amplias entradas que disimulará con una gorra que lo acompaña durante casi todo el día, remera blanca, jeans y zapatillas, habla y quién sabe por qué siempre sonríe. Esa mueca divertida es como un distintivo de su cara de mejillas mofletudas
"¡El diario con la explosión. Diario... el atentado, diario!", dirá mientras ingresa en la confitería La Capital donde encarará a sus clientes más conocidos. "Le dejo el diario, doctor" le ofrecerá casi a la fuerza a un antiguo abogado -y si no es abogado el "doctor" siempre vendrá bien en la intención de vender un diario, o una revista más-. O "llegó el Para Ti", le ofrecerá a una señora que toma el café con sus amigas.
"¿Desde cuándo vendo diarios?, desde cuando me acuerdo, cuando tenía 6 ó 7 años", dice y se responde. "Cuando éramos chicos junto con el Carlitos (Segovia), el 'Panadero', 'Tartacha' Andino, y los otros muchachos del barrio nos cruzábamos al playón de la estación y juntábamos el trigo que caía de las estibas que se hacían ahí, ¿se acuerdan? Bueno, en esa época las vecinas tenía cada uno su gallinero y nosotros les vendíamos lo que juntábamos. Fueron las primeras ventas", rememora.

 

Papel para el "aparador".
Y enseguida empezó con los diarios. "Vendíamos para Outerelo -distribuidor que estaba frente al Banco de La Pampa-, y ya en la estación nos llevábamos los diarios... Noticias Gráficas. El Nacional, La Nación y La Prensa, que se vendía más los domingos porque las patronas (las amas de casa), al ser de hojas grandes, lo usaban para cambiar los papeles del aparador". Fasulo explica que "aparador" era lo que hoy sería un modular, que tenía estantes, y que las mujeres de la casa sabían cubrir con hojas de diarios. Y sigue recordando: "a veces yo me subía al tren y aprovechaba a vender algunos, pero una vez me entusiasmé tanto que cuando quise acordar había arrancado y terminé en Catriló, y ahí esperar al que me trajera de vuelta", dice con una sonrisa que nunca lo abandona.
Un tipo simple, del que no resulta fácil prever cómo piensa, qué sueños acuna, qué añoranzas tiene. Porque su vida fue y es el trabajo, desde siempre, y allí puso todas sus fichas. La vida lo golpeó duro con la pérdida de Roberto, su hermano, y otras circunstancias que, dijo, no quiere contarle a nadie. Es alguien que construyó su vida en la cultura del trabajo, que quizás tenga que ver con sus ancestros de inmigrante, con un modo de concebir la existencia que era normal hasta no hace mucho tiempo. Cuando en la Argentina, y en nuestra provincia, no había bolsones de generaciones que no supieran -que de verdad no saben, porque las estructuras sociales no supieron contenerlos y hoy son indigentes pululando por la ciudad-, y no conocen qué es eso del trabajo para ganarse el sustento. Carlos Alberto Rodríguez, Fasulo, es ni más ni menos "el hombre común", que tan brillantemente supo describir en sus columnas ese maestro de periodistas que fue Osvaldo Ardizzone.
"Y qué se yo que espero...". En su modestia, casi con recato, se anima a decir que está "conforme. Crié a mis hijos, pudieron estudiar, y eso... Espero que llegue una jubilación digna y después vivir tranquilo el resto de mi vida. ¿Si voy a seguir trabajando después que me jubile? Creo que sí, que voy a seguir, a lo mejor a otro ritmo, a media máquina, alguna cosa para entretenerme... Y qué quieren, si mi vida fue el trabajo...

 


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