Sabado 29 de junio 2024

Derechosos adquiridos

Redacción 23/06/2024 - 11.42.hs

El lector pierde el tiempo con esta columna, cuando podría estar leyendo el pensamiento superior (intelectual y estéticamente) de los referentes libertarios como Alberto Benegas Lynch (h), quien por algún motivo le agrega a su nombre una letra hache entre paréntesis; cosa rara, cuando todos sabemos que la hache no se pronuncia. Pero esas son las profundidades mentales insondables de los grumetes que conducen el timón de este país descarriado por su adicción al Estado. Cuando todos sabemos que se puede tranquilamente tener un país sin Estado. ¿O no?

 

Columna.

 

La columna que comentaremos hoy se titula "Meditaciones en torno a los derechos adquiridos", y su autor, antes de firmar (en lo que constituye, por ende, una parte de su discurso, y no es un agregado del editor o del medio que lo publica) proclama que "el autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales". Una declaración valiente, en épocas que impera un clima enrarecido, donde hay malas lenguas que comentan que en esos círculos libertarios, los doctorados se reparten a troche y moche, como si fueran caramelos.

 

Allí Bertie (como lo llamaríamos si perteneciéramos a su círculo áulico) nos informa que "como es sabido", los derechos de las personas son "anteriores y superiores" al aparato estatal, y se reducen a una "terna inescindible" que constituyen la vida, la libertad y la propiedad. No pueden pensarse sino así, en santísima trinidad. Algo así como Gaby, Fofó y Miliki.

 

Y aunque esto es sabido, no falta quien -desviado y afiebrado por la adicción al Estado- sostenga que en realidad el único derecho existente es el positivo, aquel que puede ser impuesto y asegurado por la fuerza de una autoridad. Dicen estos pensadores inferiores, que si uno vive, por ejemplo, en Gaza, puede andar por ahí proclamando su derecho a la vida, la libertad y la propiedad, pero lo más probable es que si no lo agarran los cuetazos made in USA, se quede lo mismo sin nada (excepto el hambre).

 

Benegas Lynch parece adherir aquí a la teoría de los derechos naturales, de clara raigambre religiosa. Y no ha faltado quien diga que esa expresión sufre de una contradicción interna, ya que el derecho es un producto cultural, y no hay que confundir naturaleza con cultura. Pero claro, esa es la teoría de Roland Barthes, que era marxista, y para colmo francés.

 

Orgasmo.

 

Se queja de que a esa trilogía "natural" ahora se haya sumado una pléyade de otros derechos "que no son tales, y en la práctica significan asaltos al fruto del trabajo ajeno". O sea, que quieren tener derechos con la nuestra.

 

En realidad, dice, son "seudoderechos". ¿Qué es eso del derecho a las vitaminas, a los hidratos de carbono, a un salario atractivo? Lo que hay que hacer es dejar todo libre como el sol cuando amanece, y que el respeto mutuo se encargue de liberar la energía creadora para atender las necesidades del prójimo. Dejen tranquilos a los empresarios que ellos saben lo que los consumidores necesitan. Y si los consumidores -por ejemplo- hacen caer el consumo de carne vacuna casi un 20%, las leyes del mercado se encargarán de hacer bajar otro tanto el precio del churrasco. Y si aparece una epidemia de dengue, la creatividad empresaria se encargará de inundar el mercado con los repelentes que se demanden. ¿O no?

 

Como ejemplo de esos excesos pone el caso de la reforma constitucional propuesta en Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa, donde se propuso incluir el "derecho al orgasmo de la mujer", lo cual le parece una "sandez mayúscula". Como libertario que es, BL seguramente está a favor del placer femenino. Lo que lo incomoda, claramente, es la posibilidad de que ese derecho avance sobre su propio patrimonio. No quiere ser sujeto pasivo de esa demanda, lo que demuestra, de su parte, una inseguridad casi humana.

 

Humanos.

 

Y hablando de humanos, el artículo no termina sin despacharse en contra de los derechos humanos, que constituirían un "pleonasmo", ya que los derechos "no son minerales, ni vegetales, ni animales". Esta terminología, dice, conduce a que aparezcan "derechos que no son tales que siempre resquebrajan el tejido institucional". Curiosa reflexión, ya que el "tejido institucional" se identifica bastante con el Estado, al que el libertarismo busca pulverizar como un topo venido del futuro.

 

Lo que pasa es que la gente es mala y no comprende la singularidad de los libertarios criollos, a los que el vicio de la coherencia no les impide reivindicar a pleno las dictaduras militares a las que se acusa en base a esos seudoderechos humanos. Después de todo, ¿qué fue lo que hicieron los militares argentinos cuando estaban en el poder? ¿Privar de la vida, la libertad y la propiedad a decenas de miles de personas? (Me dicen que sí, Bertie). Bueno, puede ser, pero no les llamen derechos humanos.

 

En resumidas cuentas, podría decirse que los derechos no se adquieren, sino que uno nace de ellos, y para eso hay que ser gente de bien; en lo posible, con dos apellidos. Y déjense de inventar privilegios a nuestra costa, que a esta altura vamos a terminar reconociendo el derecho de los perros muertos a comunicarse con sus amos a través del espiritismo.

 

PETRONIO

 

'
'

¿Querés recibir notificaciones de alertas?