Martes 02 de julio 2024

La carta de Natalia a ex combatientes

Redacción 30/06/2024 - 00.08.hs

El dolor por la Guerra de Malvinas lo llevaremos siempre. Fueron días aciagos de nuestra historia que no hay que olvidar, como no lo hizo Naty que al fallecer legó una suerte de mandato a su familia.

 

MARIO VEGA

 

Natalia Pérez hacía varios años se había contactado con el Centro de Veteranos de Malvinas de La Pampa, ubicado en Salta 547, y cada 2 de abril concurría a la sede en Santa Rosa llevando consigo una serie de presentes… Una manera de expresar que no olvidaba, y también de revalidar la acción de aquella chiquita que desde su inocencia y su ternura –tenía entonces nada más que ocho años- quería apoyar de alguna forma a quienes combatían en las Islas. Un día en esos tiempos particularmente difíciles –cuando la conflagración estaba en su punto cúlmine- se le ocurrió mandar una cartita dirigida a un combatiente argentino, y como muchos hacían entonces puso en aquel sobre… un chocolate.

 

El legado de Naty.

 

Pasó el tiempo, transcurrieron los años y ya adulta un día cayó en la cuenta que era presumible dudar y que –a la luz de lo que se conocería más adelante-, tal vez ni la carta ni el dulce que acompañaban su nota hayan llegado a destino.

 

Quizás sintió decepción, tristeza, y por qué no angustia. Se habrá sentido defraudada, porque verdaderamente ella sentía ese fervor patriótico que la llevaba a valorar de manera especial el arrojo de las tropas argentinas… peleaban nada menos que por esa causa que desde chicos en las escuelas nos enseñaron a reivindicar: las Malvinas son argentinas.

 

Por eso, cada año, se acercaba hasta la sede a testimoniar con un pequeño regalo su admiración y respeto por quienes supieron pelear por nuestro pueblo, para decirles cara a cara que ella no olvidaba, que los tenía siempre en su corazón.

 

Natalia falleció hace un par de años… Pero se fue dejando un pedido, una suerte de legado: quiso que su familia -su esposo y sus hijos- siguieran cumpliendo con el ritual. Tenían que continuar concurriendo cada vez, en ese aniversario, a dejar su presente… Y así lo hacen puntualmente Ramiro Pérez y sus hijos.

 

Días de angustia.

 

Esos meses de 1982 transcurrían con un pueblo que asistía preocupado y angustiado porque el Proceso Militar se revolvía furioso ante la inminencia del final de la Dictadura. En esa instancia hubo en la cúpula alguien a quien se le ocurrió que la toma de Malvinas podía determinar un cambio en el curso de la historia. El humor de los argentinos oscilaba entre el abatimiento, la confusión y las emociones. El ánimo de la sociedad ya en tiempos de la Guerra iba del júbilo por una presunta victoria –que salvo con la sorpresa inicial de la toma de las islas nunca fue- hasta la desazón por los acontecimientos que se desarrollaban en el Atlántico Sur.

 

Desde aquella medianoche del 2 de abril de 1982, cuando un destacamento de comandos argentinos desembarcó y tomó el control de las Islas Malvinas, se fueron sucediendo hechos que iban a culminar 72 días más tarde con la rendición.

 

El dolor de la guerra.

 

Fue como una película que transitaba entre la euforia y la tristeza. Se sabe, 649 soldados argentinos pagaron con sus vidas la aventura de una Junta Militar que veía desvanecerse irremediablemente su autoridad. Sus cuerpos quedaron para siempre en las islas irredentas. En medio del conflicto se produciría el hundimiento del ARA General Belgrano, que produjo 323 víctimas.

 

La Guerra de Malvinas sigue doliendo en el alma de los argentinos, y ni hablar de las secuelas en quienes debieron combatir y luego reintegrarse a una sociedad que al principio –en muchos casos- les dio la espalda.

 

En esos días turbulentos –si bien no faltaron indiferentes- desde el continente se seguía con atención todo lo que pasaba, y la población trataba de colaborar como podía.

 

Colectas y decepción.

 

Hubo colectas, misas y miles de cartas de apoyo a los soldados argentinos, como una manera de acompañarlos en medio de la tragedia, que eso es una guerra. Cómo no recordar aquel maratónico programa televisivo que se dio en llamar “Las 24 horas de Malvinas”, conducido por Pinky y Cacho Fontana.

 

En la pantalla, acompañando, se pudo ver entonces a grandes personalidades de la vida pública de nuestro país, desde Diego Maradona, pasando por Mirtha Legrand, Libertad Lamarque, hasta Astor Piazzola y muchos otros, que aportaron dinero, joyas y vestimentas destinadas a los soldados argentinos.

 

¿Y el Fondo Patriótico?

 

La realidad es que los combatientes nunca recibieron nada de eso. Y lo cierto es que nunca se supo dónde fue la recaudación del Fondo Patriótico, en manos de quién quedó.

 

Pero fue mucho más deplorable conocer años más tarde que muchos de los objetos donados –aquellos que se creía no tenían un valor pecuniario o comercial-, eran descartados, y así se desecharon regalitos y dibujos que los chicos enviaban, y medallitas, prendas y diversos objetos…

 

Otra decepción. Una más.

 

Prensa complaciente.

 

Muchas historias se han escrito a consecuencia de la Guerra. Y con el tiempo se fueron revelando situaciones y hechos que iban desde el relato de acciones heroicas protagonizadas por nuestros soldados; hasta las indignidades de quienes no respetaron ni su valor ni que expusieran sus vidas por una causa que debía involucrar a toda la Nación.

 

En ese tiempo algunos medios congraciados con el gobierno militar expresaban loas al gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, y mostraban su adhesión sin límites. Incluso relatando con desmedido entusiasmo el desarrollo de las acciones bélicas, de modo tal que hasta llegaban a hacer creer que Argentina estaba ganando la Guerra.

 

Clarín, La Razón, La Nación, y otros medios gráficos de tirada nacional –se sumaba la televisión- se esforzaban en una mirada optimista que luego se daría de patadas con la realidad.

 

El chico del chocolate.

 

Revistas de moda en ese tiempo –Gente, La Semana y 7 Días- hacían amplias coberturas de los acontecimientos, sin esbozar nunca la más mínima crítica. Cuando todo pasó no tuvieron reparos en dar vuelta la página y acomodar el discurso.

 

Y así, en esta nueva etapa, no llamó la atención que Gente un día publicara –con gran foto en su tapa- una nota que dejaba al descubierto que, a la par del arrojo y el sacrificio de nuestros soldados, también hubo actitudes ruines y despreciables.

 

El 17 de julio de 1982 –se cumplirán en pocos días 42 años- un chico que entonces tenía 7 años apareció en la tapa de la revista. Tiempo atrás había enviado como hicieron tantos –seguro con ese candor propio de los niños- una carta a los soldados en las Islas. “Que este chocolate te endulce en esos días fríos de Malvinas. Gracias por defender mi patria. Te saluda, un futuro soldado de siete años”, había puesto en la misiva.

 

Una escena que se repitió en todo el país, cuando se juntaban encomiendas para nuestros combatientes en las escuelas, en los municipios, en los medios de comunicación y en lugares públicos.

 

Desilusión y bronca.

 

La crónica de la revista Gente revelaba que la familia Vidal –a la que pertenecía el pequeño Gustavo- recibió tiempo después fotocopia de la carta enviada a las Islas, y el dato de que “el chocolate Noel p/taza” –que iba en el sobre- había estado a la venta en un comercio de Comodoro Rivadavia.

 

Después se sabría, la vileza de algunos malos compatriotas quedaba a la vista. Fue una situación que se repitió por miles causando pena, desilusión y bronca. Aquellas colectas –por lo menos una buena cantidad de ellas- no les llegaron jamás a los soldados en las Islas, y no faltaron los sinvergüenzas que se quedaron con aquellas donaciones.

 

La carta de Natalia.

 

Natalia Pérez también tenía en ese tiempo 8 años. Vivía con su familia en Rosario, y con la inocencia propia de su edad escuchaba hablar de la Guerra a lo mejor sin entender muy bien de qué se trataba, pero igual se conmovía de saber de la realidad de los jóvenes que exponían sus vidas por la Patria. Ella también mandaba cartitas y chocolates, sin conocer al cabo si llegaban a destino.

 

Pero cuando la trama detrás de la escena bélica empezó a conocerse, también sintió la frustración de sentirse engañada. Y no se quedó con eso.

 

Se informó, siguió la evolución de las circunstancias que les tocaba vivir a los ex combatientes y, ahora, sí plenamente consciente de lo que había sucedido no se quedó de brazos cruzados. Ya viviendo en Santa Rosa, donde llegó con su esposo Ramiro Pérez allá por 1998, un día de hace varios años decidió apersonarse al Centro de Veteranos de Malvinas y tomó contacto con ellos.

 

Para aliviar tanto dolor.

 

Es precisamente Ramiro el que cuenta ahora: “Sí, ella cuando chiquita desde su casa enviaba cartitas y chocolates… y claro, nunca supo si llegaron o no a destino. Y por supuesto vivió la desilusión de saber con el tiempo que muchas donaciones no fueron enviadas, y que alguien se las pudo haber quedado”.

 

Por eso, estando aquí, Natalia envió una carta al Centro de Veteranos de Guerra, y desde entonces estuvo en contacto… Y nos hizo comprender en la familia un poco la situación de esta gente, y es algo que de alguna manera la marcó de por vida…”.

 

Y fue tan así que cada año, para el 2 de abril, ella y alguien de su familia, se acercaban a los Veteranos para llevarles, cada vez, un pequeño obsequio a cada uno. “La idea era una forma de estar presentes, de aliviar aunque sea un poquito ese dolor que a ellos les ha quedado tan marcado. Y que en realidad nos quedó a todos…”, explicó con emoción Ramiro.

 

Viviendo en Toay.

 

Y no puede evitar que la mirada se le turbe y su voz se quiebre en el relato. Es que Natalia falleció a causa de un cáncer el 1 de octubre de 2022, apenas unos pocos días antes de cumplir 49 años. Sí, demasiado joven, con muchas cosas para dar aún con esa dulzura que la caracterizaba.

 

Había nacido en Rosario, vivió un tiempo en Villa Huidobro hasta que con Ramiro se instalaron en Toay donde él es propietario de Magnolia, una minipyme que ofrece todo tipo de muebles, desde cabañas enteras hasta portarretratos. Desde casitas para jugar hasta bajo mesadas, según contó no hace mucho en las páginas de “Emprendedores”, publicación que LA ARENA ofrece todos los sábados. Se trata de una carpintería que busca y sabe darle un toque artístico a distintos productos que salen de allí.

 

El compromiso sigue.

 

La familia tenía en la misma Toay un negocio de polirubro que Natalia atendía, y donde vendía sus propios productos. “Porque tenía habilidad para la costura, también hacía trajes para apicultura… y bueno, de alguna manera nos arreglábamos para todos los años acercarles a los ex combatientes algún presentito… Natalia falleció hace dos años, pero nosotros quisimos continuar con esto, porque nos involucramos todos… yo, mis hijos (María Isis nacida en Villa Huidobro, con casi 30 años en La Pampa; y Zadquie Gabriel, “que tiene 25 y es pampeano 100 por ciento”, reafirma Ramiro). Y además la hermana de Naty, Lisa, quien vino a cuidarla cuando se enfermó y se quedó definitivamente”, completa.

 

El alma de Natalia.

 

Y verdaderamente resulta conmovedor ver como los Veteranos reciben a Ramiro cuando llega en este frío mediodía de jueves a la sede del Centro. Abrazos sentidos, apretones de manos, sonrisas… Y es fácil advertir que el afecto es mutuo, y también que sobrevuela el alma de Natalia en ese encuentro…

 

Carlos Calmels, uno de los referentes de los soldados de Malvinas, es el que explica qué sienten. “Es algo importante, muy trascendente para nosotros este gesto… Naty, que lamentablemente se nos fue, tenía muy adentro ese sentir patriótico, y también lo tiene Ramiro, y los dos se lo inculcaron a sus hijos…”.

 

Y sigue Carlos: “Natalia una vez para un 2 de abril nos escribió una carta explicando su dolor, y la angustia que tenía porque ella siendo alumna de la escuela primaria, una chiquita, había armado cartas con chocolates adentro y después se enteró que los vendían en los negocios”.

 

Una caricia al alma.

 

Los ex combatientes guardan esa primera carta de Natalia como un tesoro. “Es claro una caricia al alma… son frases cortas y simples que encierran un sentimiento que valoramos enormemente, y quedará enmarcada de manera especial en un sector de esta sede. Nati no se perdía en ningún año eso de venir a saludarnos, a charlar y nosotros sentimos verdadero orgullo que haya personas que recuerden a los soldados de Malvinas”, resumen.

 

Entrar a la sede—museo de los Veteranos lleva de inmediato a echar una mirada a los tiempos de la Guerra… y esos hombres que están allí ahora es probable que no dejen de recordar cuando fueron “habitantes de la lluvia y el frío” defendiendo a su país, que es el nuestro. Ese momento de su propia historia cuando, como canta Cortez, “fue la muerte bandera… y la vida un milagro”.

 

Natalia, desde algún lugar, seguro los seguirá acompañando… como antes, como siempre.

 

“Sepan disculparnos…”.

 

Entrar a la sede del Centro de Veteranos es como ingresar a la historia. Por allí caminan algunos ex combatientes, entre ellos el actual presidente de la institución, Rolando Contreras, y sus compañeros de armas: Luis Pereyra, Carlos Calmels, Gustavo Díaz, Antonio Contreras, Julio García, Víctor Mendoza y Eugenio Pedruelo.

 

En un momento ingresa Pascual Fernández (ministro de Gobierno y Asuntos Municipales), quien ha llegado invitado; y de pronto aparece Ramiro Pérez.

 

Y enseguida las muestras de afecto de todos, los abrazos, las ganas de charlar y pasar un rato juntos. La emoción desborda cuando le entregan a Ramiro un cuadro donde se destaca la carta que –hace varios años- Natalia hizo llegar al Centro de Veteranos.

 

Y que dice: “A mis queridos combatientes, ocho años tenía cuando fue lo de Malvinas, jamás podré olvidar las mañanas en mi escuela, en la ciudad de Rosario, Santa Fe, cuando clasificábamos abrigos y alimentos que traíamos los alumnos para mandarles a ustedes, los soldados. Alguna vez les escribí una carta que envié, y adentro del envoltorio un chocolate de taza con la esperanza encendida en mi corazón: que las palabras de aliento alegrarían sus sueños en aquellos días de guerra. Tampoco podré olvidar el día que supe que aquellos chocolates jamás llegaron, que la maldad y la ambición de algunos mayores hizo que nuestras cartas terminaran en los estantes de los supermercados. Sentí una impotencia y gran vergüenza de nosotros, sentí dolor porque algo que compré para ustedes me lo habían robado. Por eso, a partir de ahí tomé este hecho como una deuda y las deudas alguna vez se pagan. Es por eso que después de muchos años les envío este pequeño regalo que carece de valor material, pero que sin dudas tiene el valor de la esperanza de la niña que todavía existe en mí. Sepan disculparnos como sociedad ausente. Sepan que miles de niños como yo les enviamos en aquel momento a través de nuestras cartas un gran cariño y una esperanza que se renueva hoy en un fuerte abrazo que me une a ustedes, mis queridos soldados”.

 

Y sí, es fuerte, estremece y emociona. Claro que sí.

 

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